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miércoles, 21 de octubre de 2009

El diálogo filosófico

Para los que nos iniciamos en la filosofía, y más específicamente en el diálogo filosófico, es importante contar de inicio, si no con una rigurosa y precisa metodología, sí con las pautas para encaminar la conversación y el diálogo a buen puerto, esto es, poder comunicarnos, entendernos, y acercarnos -paulatinamente- a la verdad o a las verdades.

Entablar un diálogo filosófico genuino supone, a mi parecer, contar con dos elementos o actitudes previas:

1. No entender por diálogo la imposición o defensa empedernida de una posición o creencia. Por diálogo deberíamos entender la búsqueda acompañada de la verdad, esto es, junto a los interlocutores -y sus razones- acercarnos a la mejor comprensión de determinado problema.

2. Evitar la predisposición de creer contar con la verdad -al menos no con la verdad absoluta- respecto al tema a debatir. Esto significa estar convencido que al término de la conversación, gracias al diálogo genuino, esa idea previa que teníamos del tema (quizá verdadera, quizá falsa) gracias a las razones o elementos aportado por los integrantes del diálogo se verá ensanchada, corregida o rectificada.

Ahora bien, para iniciar el filosofar, antes hay que alcanzar la comunicación y la comprensión de las ideas de nuestros interlocutores. ¿Cuál debe ser la actitud indicada para eso?

Charles Taylor, filósofo canadiense, promotor de la hermenéutica multicultural, señala algunos principios para lograr ese reconocimiento y entendimiento de la otra cultura, la cultura de los otros participantes del diálogo (pues, a final de cuentas, el diálogo filosófico, es un diálogo intercultural).

El primer principio señala que hay que buscar la mejor coherencia posible de la otra cultura -de las otras ideas u opiniones filosóficas. Que por más extrañas que nos parezcan las opiniones hay que buscar su racionalidad. Realizar un esfuerzo por comprenderlo. Quizá el interlocutor no se expresa con soltura, o no tiene los elementos en el momento para articular las ideas que previamente ha reflexionado con naturalidad. O simplemente tenemos a alguien que se acerca por primera vez al diálogo filosófico.

Aprovechar esa presunta oscuridad o falta de racionalidad, para indagar más, muy seguramente, con el preguntar de los interlocutores esa idea cobrará sentido y alcanzaremos su racionalidad.

Segundo, al intentar entender las ideas y razones de los otros, tratar de ponernos en la perspectiva o el lugar de ellos, intentar comprender las ideas como ellos las comprenden y no como nosotros lo hacemos desde nuestra cultura, esto es, evitar el etnocentrismo.

Estas ideas, actitudes o principios pueden ser un buen inicio antes de erigir la metodología precisa en el diálogo filosófico, pues podemos contar con el mejor método lógico, pero si no alcanzamos a dialogar realmente, a comunicarnos, dudo mucho que se pueda avanzar en aquel sentido.

Iván

jueves, 7 de agosto de 2008

La Causa

En filosofia se habla mucho de las causas, Aristóteles señala que la causa es el factor o principio del que depende una cosa, entendiendo esta dependencia como su entidad, lo que una cosa depende de otra para ser.
En el caso del hombre, se dice que es la causa inmedita de otro hombre, porque uno depende de otro para ser mediante la concepción. (entiendase claro está la especie humana), y en este mismo sentido se señala a Dios como causa remota en razón de sus facultades Presencia, Esencia y Potencia, como sustento de todo existente. Sin embargo, a tal afirmación surge el interrogante ¿Quien aporta el alma humana a la persona? ¿En que gametos se esconde el alma, en los masculinos o en los femeninos? Si no está en ninguno de los dos, entonces el alma no es divisible y si no es divisible entonces no es aportacion humana, sino es una aportacion de orden sobrenatural, divino. De tal suerte que Dios viene a ser al mismo tiempo causa remota por la parte material del individuo y causa inmediata por la parte espiritual del mismo.
Aclaramos, que no se trata de establecer una afirmación de carácter dogmático, sino propiciar un intercambio de deducciones que nos ayuden a llegar a la verdad de nuestra causalidad.
lo aqui expresado es una sencilla deducción de la percepción particular sobre las causas que nos han dado origen.